Por Lucía Cirmi Obón*
En razón de seguir llenando de contenido el #Niunamenos es hora de pelear por uno de los generadores de desigualdad más profundos: la distribución del cuidado. La licencia parental en Argentina todavía es sólo para las mujeres. Esto reproduce estereotipos de género y las perjudica en el mercado de trabajo. Padres, familias diversas y adoptivas se quedan afuera del derecho a cuidar. Cambiar este sistema es siempre urgente si queremos trabajar de fondo la justicia de género e invertir en bienestar para tod@s.
Desde la implementación de la primera licencia por maternidad en Argentina ya pasaron más de 100 años y desde la última reforma al sistema, otros 30. Hoy la licencia está prevista en el Régimen de Contrato de trabajo -Ley Nro. 20.744-, donde se establecen 90 días de descanso laboral para las mujeres embarazadas que se encontraran trabajando, en condiciones formales en el sector privado, al menos los últimos 3 meses antes de la concepción. Durante el período de licencia, ANSES paga una asignación idéntica al salario que normalmente recibe la trabajadora de su empleador. Esta asignación se financia principalmente con contribuciones patronales.
Hasta acá el sistema es bastante cercano (aunque no completamente) a los estándares que establece la Organización Internacional del Trabajo. Pero, en la misma norma, se fijan sólo 2 días “por nacimiento” para el resto de los trabajadores. Es decir que prácticamente no existe una licencia por paternidad y tampoco una para las madres que no son gestantes, ya sea que adopten o se trate simplemente de un matrimonio igualitario.
Algunos pocos convenios colectivos lograron mejoras sobre este piso de derechos, pero, en líneas generales, la brecha en la cantidad de días disponibles entre hombres y mujeres se mantiene.
Impactos
El sistema de licencias, tal como está planteado hoy en día, lleva implícita la idea de que es la mujer la responsable de cuidar de los hijos y que por eso es la única que necesita el tiempo. Si bien esta diferencia puede tener sentido con la tarea de dar a luz y el amamantamiento, no lo tiene con el resto del trabajo de cuidado, que puede ser llevado a cabo por cualquier sexo y género. La naturalización del trabajo de cuidado como una responsabilidad femenina, y su consecuente invisibilización social, se repite en otras normativas y aporta a construir el imaginario colectivo de que tarde o temprano la mujer trabajadora relegará su empleo por su “segundo trabajo”: el hogar. Es el mismo imaginario que comparte el empleador cuando asume que contratar a una mujer será más costoso y por el que se pueden explicar las sostenidas brechas de género en el mercado de trabajo argentino (en ingresos, jerarquías, informalidad y desempleo).
A quién deja afuera
Estimaciones en base a estadísticas oficiales muestran que sólo el 37% de los nacimientos a nivel país son cubierto por una licencia por maternidad. El porcentaje se hace aún más pequeño si sumamos las adopciones de niños de mayor edad y a todos los padres y madres que quisieron acompañar a su pareja en su licencia y no pudieron. En la práctica, los varones terminan usando sus días de vacaciones o tratan de llegar a acuerdos informales con sus empleadores. En los casos de adopción la situación es aún peor. Ana y Federico adoptaron a Celeste en 2012. Se enteraron que la recibían y cuál era su edad un día antes de que llegue. Tuvieron que preparar su cuarto y llevar adelante el período de guarda (prueba) de la niña sin ningún día de licencia legal. En el caso del matrimonio de Juan y Pablo, como entre los 2 sólo sumaban 4 días de licencia, uno de los dos tuvo que renunciar a su trabajo para dedicarse al cuidado de sus mellizas.
El porcentaje de cobertura de las licencias maternales es además intrínsecamente bajo porque incluye sólo a los trabajadores formales. Monotributistas, trabajadores informales y desempleados sin seguro de desempleo no tienen ningún tipo de acceso. Si bien la creación de las asignaciones universales (por embarazo y por hijo) construyeron un piso básico de protección, la brecha con respecto a percibir el salario completo hace a la diferencia.
En muchos países del mundo esto está cambiando. El cuidado se está distribuyendo entre los sexos y también entre el hogar y el Estado (que provee estos servicios gratuitamente o financia a los hogares para que lo hagan). La familia, sin importar como se componga, tiene una mayor cantidad de días para distribuirse como lo necesite. Hombres y mujeres tienen el derecho y la responsabilidad de participar del cuidado, empalmando u ordenando las licencias de forma tal de cubrir el primer año del niño/a o más. Como en todos los contextos, hay voces que plantean “el costo” del sistema, pero se acallan solas al ver los resultados en la calidad de vida y en el desarrollo humano en el largo plazo.
En Argentina centenares de proyectos de ley fueron presentados en los últimos años en el Congreso para extender los días, incluir las adopciones y contemplar toda diversidad. La razón por la que dichos proyectos no avanzan parece estar asociada al impacto que estos derechos podrían tener en el costo laboral, en un contexto donde el Gobierno Nacional volvió a instalar el tema como “problemático”. Lo cierto es que cualquier sistema que pretenda incluir a la mayoría de los trabajadores, en un mundo donde la formalidad ya no es la norma, tiene que trascender a las contribuciones patronales y ser fijado como una inversión del Estado para toda la población. El monto total de licencias que se pagan anualmente ronda los 3000 millones de pesos, mismo valor que recaudaba el impuesto a la minería antes de que fuera derogado. Así mismo, una extensión de las licencias generaría un gasto adicional menor al 1% de las retenciones sojeras condonadas en 2016.
En una visión macroeconómica integral, que busque la calidad de vida y el desarrollo sostenible, las licencias no pueden ser vistas más que como una gran inversión, y su transformación, una urgencia.
*Economista, miembro de Asociación de Familias Diversas de Argentina -AFDA-. International Institute of Social Studies (La Haya, Países Bajos).